Fusión empresarial
Apenas logró abrir un poco los ojos, lo justo para darse cuenta de que debía ser de día, y giró su cuerpo en la cama para darle la espalda a la molesta luz. Se movió ligeramente, sintiendo en sus piernas desnudas la extrema suavidad de las sábanas y la comodidad de la almohada en su rostro, y con un pequeño suspiro, volvió a dormirse...
O eso intentó, porque no tenía más sueño. Menudo fastidio eso de querer seguir durmiendo y descubrir que tu cuerpo ya ha cubierto sus necesidades de descanso completamente. Decidió pues, no intentarlo más. Soltó un pequeño gemido, se estiró lentamente, y por fin abrió los ojos.
Mientras se estiraba aún un poco más y se permitía el lujo de seguir disfrutando de la suavidad de las sábanas y las mantas que la envolvían, miró perezosa la habitación donde se encontraba.
No era especialmente ancha, pero sí muy alta, el techo, pintado de blanco, parecía quedar lejos. Las paredes eran de ladrillo, y había apenas uno o dos cuadros pequeños adornándolas.
En cuanto al mobiliario, lo cierto es que era escaso: el enorme y espacioso colchón sobre el que descansaba estaba colocado directamente sobre el suelo, sin ningún soporte con patas donde sostenerse. Las sábanas y el forro de las almohadas eran de color vino, y la manta era mullida y de un gris oscuro. Frente a la cama había un armario de dos puertas decorado al estilo oriental, de madera oscura pintada en tonos rojos y verdes. Había una pequeña mesita de noche junto al lado derecho de la cama. No se veía nada más.
Lentamente y soltando un último gemido, Alicia Macchiarolli se incorporó y salió cuidadosamente de lo que había sido su nido nocturno. Un par de pendientes hechos de diamantes y su colgante a conjunto estaban en la mesita de noche. Sus tacones negros y su largo vestido de lentejuelas del mismo color yacían tirados en una esquina de un modo ciertamente lamentable teniendo en cuenta lo carísimos que eran. Aún portaba en su mano derecha su pulsera de perlas. Sus cortos rizos dorados estaban revueltos, y llevaba... ¿Qué demonios llevaba puesto? ¿Qué era aquello, un camisón? Mierda, aquella no era la habitación del hotel en la que se hospedaba...
Dio unos cuantos pasos vacilantes hasta el extremo derecho de la habitación, donde había un gran ventanal. En cuanto se acercó lo suficiente, comprendió por qué el estúpido sol no la había cegado como todas las mañanas: no había sol. Estaba lloviendo, de una forma copiosa además, por lo que sus ojos de color celeste no iban aquel día a conjunto con el cielo. De todas formas, brillara sol, tronara o nevara... la resaca no se la quitaba nadie. Gimió de nuevo, aquella vez por el dolor súbito de cabeza. Se agarró a una de las cortinas también de tonos carmesís, y lentamente abrió las grandes ventanas. La brisa húmeda la golpeó, refrescándola y provocándole un escalofrío, y se sentó en el suelo, contemplando el cielo gris e intentando respirar pausadamente.
¿Qué había pasado? debía hacer memoria... Lo mejor en aquellos casos, lo sabía por experiencias anteriores, era hacerse preguntas muy pequeñas y obvias, e ir avanzando a partir de aquellos sencillos puntos.
¿Dónde estaba? Vaya, primera pregunta y primer tropezón, porque no sabía en qué habitación se encontraba... aunque simplificando la pregunta... Estaba en Venecia. Sí, estaba en Venecia... hacía unas semanas que se había peleado con su papaíto, el magnate Don Macchiarolli, y había decidido coger vacaciones en su empresa, hacer una pausa... una pausa indefinida, hasta cuando le diera la real gana. Al fin y al cabo, era la hija del jefe, y a sus veintiún años, una chica con ganas de vivir un poco a su manera, sin que su padre controlara permanentemente cada uno de sus movimientos. Así que había comprado un billete de primera en un barco lujoso y bonito y se había largado de Roma a Venecia, donde había alquilado una habitación en un hotel igualmente lujoso. Sí, aquello había sido fantástico, iba de compras, a comer a restaurantes deliciosos, a reencontrarse con viejas amistades, al teatro, a las salas de danza... pero ¿Cómo había acabado allí?
Se miró el cuerpo. Llevaba puesto un camisón blanco, que se sujetaba a su cuerpo mediante unos lazos de satén de color rosa atados en sus hombros. La prenda le llegaba a la mitad de los muslos, por lo que sus torneadas y blancas piernas quedaban totalmente al descubierto, al igual que sus brazos, su cuello y el principio de su escote. En un impulso nervioso, se levantó la prenda, desesperada. Sí, llevaba puestas sus braguitas de encaje negro, pero... ¿Dónde estaba su sujetador? Giró la cabeza bruscamente en todas direcciones, con la esperanza de encontrarlo... y efectivamente. Allí estaba, colgando de uno de los brazos del candelabro plateado que había en la puñetera mesilla de noche.
Alicia volvió a pasarse una mano por los rizos del pelo y a mirar al exterior. Parecía que la lluvia había dado un tregua, aunque el cielo seguía luciendo un color gris plomizo.
¿Qué locura había hecho aquella vez? ¿Habría sido víctima de algún tipo de secuestro? Una persona de su posición social estaba realmente expuesta a aquel tipo de peligros... Su cuerpo no mostraba señal ni marca alguna de heridas o golpes, pero... ¿Y si se la habían llevado de su hotel en Venecia? ¿Y si ya no estaba en el país?
De repente, una voz masculina le taladró los oídos, un grito... No, una melodía. Alguien cantaba desde la calle.
-A Ritornello, a Ritornello, c'è una stella che brilla nel cielo...
Alicia corrió a asomarse al balcón, y no pudo evitar soltar una carcajada. Todos los músculos de su cuerpo se relajaron: quien cantaba era un gondolieri, que circulaba con su embarcación por un canal, solitario. ¿En que otra parte del mundo ocurriría aquello, sino en Venecia? suspiró, encantada por ver que no parecía haber sido secuestrada.
El muchacho paró la góndola justo debajo de la casa desde la que sobresalía el balcón donde se encontraba Alicia. Alzó su moreno rostro, adornado con una afilada perilla y un fino bigote, y le sonrió:
-¡Buongiorno, principessa! ¿Necesita una belleza como usted algún tipo de transporte en un día tan acuoso como el que tenemos hoy?
-Yo... la verdad es que lo que más le agradecería es que dejase de gritar... No se imagina cómo me duele la cabeza.
-Aaaaaah, cara Principessa, No me diga más... Le duele la cabeza, y vive usted en el barrio más lujoso de toda Venecia... ¿Acaso no estuvo usted anoche en la fiesta de Don Giancarlo D'arago?
-¿La fiesta de...?- Alicia abrió los ojos como platos, y sin poder evitarlo, dio un saltito que hizo que el joven gondolieri pudiera gozar de una espectacular vista de su ropa interior- ¡Pues claro! ¡La fiesta de Giancarlo! ¡Claro que acudí, me invitó Grazia! Oh, la hermana del señor D'arago y yo somos amigas desde niñas, estudiamos en el mismo internado y... ¡Pero eso no importa! La cuestión es que estuve allí, me encontré con muchísimos amigos y conocidos, ¡Menuda locura! Claro que los treinta sólo se cumplen una vez, pero realmente Giancarlo se pasó... ¡No se imagina qué derroche! Y luego... ¡Caramba! ¿Qué pasó luego? ¿Por qué no volví a mi hotel?
-Cara principessa, me temo que ni yo le soy útil a usted, ni usted me es útil a mí, pues no la veo dispuesta a regresar a ese hotel que dice. Me voy pues, nuestro romance ha sido corto, intenso, y se ha desarrollado en un balcón... ¡Habéis sido mi Julieta y yo vuestro Romeo! ¡Ciao, principessa!- El pícaro gondolieri se alejó con una gran risotada.
Alicia volvió a entrar en la habitación para resguardarse de la fría atmósfera. e sentía más tranquila al poder recordar, por fin algunas imágenes de la fiesta de la noche anterior, que efectivamente había sido el culmen del lujo. Giancarlo y Grazia eran unos amigos de los más ricos que tenía. Pero el misterio de por qué no había vuelto al hotel aún quedaba pendiente. Se esforzó por pensar mientras la voz del gondolieri se iba perdiendo entre las aguas de Venecia...
-Il mio cuore è d'amore congelato...
-Me imaginé qué estarías despierta... Ciao, Bella.
Aquella voz no era la del gondolieri, y de hecho había sonado mucho más próxima, mucho más real, mucho más cercana, mucho más... a su espalda.
Alicia se giró, asustada, para descubrir a la razón por la que no había dormido en la habitación de su hotel.
-La madre que lo...-Murmuró sin darse cuenta.
Un muchacho permanecía de pie a su espalda, mirándola dulcemente y sosteniendo una bandeja en la que reposaban dos tazas humeantes. Estaba descalzo, y sólo llevaba puesto el pantalón de un pijama, de color azul oscuro. Su torso, pálido y fibroso, y sus brazos, ligeramente musculosos, estaban completamente al descubierto. Llevaba el pelo castaño corto y un poco revuelto, y una sonrisa perfecta en el rostro.
Viendo aquel espectáculo, Alicia repasó mentalmente en tan sólo un segundo todo su arsenal de sonrisas de destrucción masiva, y eligió la de ''Muchachita joven y extremadamente dulce aunque también traviesa''. Abrió mucho sus hermosos ojos celestes y dio un par de saltitos ingenuos, antes de acercarse a su conquistador sugerentemente, como si bailase en lugar de andar.
-Vaya, vaya...buenos días, misterioso anfitrión-Dio a su voz el tono justo de dulzura y picardía, algo que se le daba de muerte hacer.
Él se rió y dejó la bandeja junto a la cama.
-Pensé que un buen chocolate vendría genial para la resaca. Aunque te veo bastante espabilada...
- Si te soy sincera, no me acuerdo de absolutamente nada. Pero algo me dice que ha debido ser fantástico no dormir en mi hotel esta noche...
-¿Que no te acuerdas?-Esbozó una exagerada expresión de sorpresa- Pues podemos hacer una cosa. Antes de que te lleve a tu hotel, antes de irnos de mi apartamento, antes incluso de quitarte ese camisón para ponerte tu vestido y tus tacones, puedo... hacerte un resumen de anoche, si quieres...
Se aproximó a ella rápido como una flecha, y la pegó a su cuerpo rodeándola con fuerza por la cintura. Alicia soltó una exclamación ahogada y se estremeció ligeramente al sentir un beso ardiente en su boca. Definitivamente debía haber sido una buena noche, sí señor.
-Eres tan divertida y tan dulce, Alicia... Me gustas tanto...-La besó suavemente en el cuello un par de veces. Alicia sintió sus piernas flaquear.
-Oh Dios... gracias... esto... espera-Se apartó levemente de su amante- ¡Ni siquiera sé cómo te llamas!
Él soltó una sonora carcajada, manteniéndola agarrada de la cintura.
-¿Lo ves? ¡Eres muy divertida! Vamos Alicia, por favor... nadie se tragaría esa broma, ¡Jamás de los jamases!
Alicia examinó el rostro de su apuesto e inocente muchacho, desesperada por recordar un nombre que realmente no sabía... y de repente cayó en la cuenta de que su misterioso amante desconocido era de todo menos un desconocido. Esbozó una mueca de agobio.
-¿Fiorenzo? ¿Fiorenzo...Cadicamo?
-Alicia. Alicia Macchiarolli. Y ahora que ambos hemos dicho algo evidente, ¿Podríamos continuar?
-¡De ningún modo!-Alicia se alejó de Fiorenzo con un brusco empujón- ¿Por quién me tomas? Yo jamás me acostaría con... Oh Dios, ¿Eres Fiorenzo Cadicamo?
-Tarde para esa afirmación, querida. Ya veo que era verdad eso de que no te acuerdas de nada... y sí, por supuesto que soy Fiorenzo. Te lo dije anoche, en la fiesta...
-Espera un maldito minuto, ¡Eso no puede ser! Fiorenzo Cadicamo es... es el hijo del hombre que le hace la competencia a la empresa de mi familia, a mi empresa, al sitio donde trabajo...
-Claro. ¿Qué tiene eso que ver con que tú y yo hayamos...?
-Ese hombre-Alicia se movía de un lado a otro, retorciéndose los rizos del pelo mientras hablaba aturrullada- Ha estado poniendo trabas a la expansión empresarial de mi padre durante años. ¡Intentamos absorber su empresa y fue un completo fracaso!
-Tal vez deberían haber probado una fusión... ya sabes, como la nuestra anoche.
-¡Cállate! ¿Te parece momento para chistes?
-Por supuesto...
-¡Venga ya! Tú no eres Fiorenzo.. Fiorenzo era... era...
-Éramos amigos de niños, Alicia. Jugábamos muchísimo juntos, mi hermana Clarissa, tú y yo.. nuestros padres se reunían constantemente para tratar sus estúpidos asuntos financieros, y nosotros mientras trabábamos amistad vigilados por las niñeras.
-Sí...sí, es cierto. Pero Fiorenzo...-Alicia lo miró de arriba a abajo- La última vez que vi a Fiorenzo...
-Antes de entrar a estudiar en el instituto, ¡Hace más de diez años! te lo dije anoche en la fiesta.
-Fiorenzo no era tan alto.
-Se llama ''estirón'', Ali.
-Fiorenzo era un palillo, desgarbado y con la espalda encorvada, ni un sólo ápice de musculatura...
-Se llama entrenamiento físico-Soltó otra carcajada y se encogió de hombros.
-¡Fiorenzo tenía los dientes muy torcidos, no esa sonrisa dulce y perfecta!
-Se llama corrector dental. Y gracias, preciosa.
-¿Y LAS GAFAS? ¡Nunca olvidaré las enormes gafas de culo de botella de Fiorenzo... ¡No veía tres en un burro!
-Desgraciadamente, no he podido eliminar eso... Pero como para lo que hicimos tú y yo anoche no hace falta luz, me las quité- Fiorenzo caminó hasta la pequeña mesita de noche y abrió el único cajón que ésta poseía. Extrajo una cajita negra, de la que a su vez extrajo unas gafas enormes del mismo azul que el pantalón del pijama. En cuanto se las colocó, Alicia no tuvo ninguna duda.
-Santa Madonna... ¡Eres Fiorenzo Cadicamo!
-Por fin, cariño.
-Y...y ayer... ¡Nos encontramos en la fiesta de Giancarlo! ¡Ahora lo recuerdo todo!
-Claro, es lo que te he dicho...
-Y... y tú.. y yo... estuvimos charlando un montón... Y Grazia también... ¡Tu hermana también estaba! ¡El camisón que llevo es de Clarissa!-Se miró una vez más, avergonzada.
-Pues claro que sí, de cuando era una niña, por eso te está tan corto. Da gracias a que lo encontré perdido entre las cajas viejas que guarda aquí.
-Y me hablaste de tu vida aquí en Venecia, me hablaste de que trabajas... con arte, eres uno de esos compradores de arte....
-Ajá.
- ...Y eso a tu padre, un animal de las finanzas, no le gusta nada, claro...
-Ajá.
-... Y entonces yo te conté, ¡Yo te conté que estoy en Venecia huyendo del ambiente controlador de mi hogar!
-Sí...
-Y nos reímos mucho, y bebimos muchísimo... tu hermana y Grazia se fueron...
-Se fueron, se fueron.
-...Y tú me hablaste de tu pisito de soltero...
-Éste en el que ahora estás. ¿A que es bonito? Está decorado según las últimas tendencias americanas...
-Pues... entonces, todo encaja.
-Como nosotros dos anoche...
-¡FIORENZO!- Alicia lo miró enojada, pero al instante soltó una carcajada. Menuda se había formado. Aquello iba a cabrear muchísimo a su padre. Era fantástico, y así se lo hizo saber a Fiorenzo mientras se tomaban el chocolate sentados en la alfombra.
-Ya te digo, mi padre va a arrancarse los poquísimo pelos que le quedan en la cabeza... ¡Es de locos!
-Lo sé, imagínate a mi padre, ¡Su niñita pequeña y rubia de 21 años... con la competencia!
-Pues menuda es su niñita... ¡Eres una salvaje en las fiestas!
-Vamos, no será para tanto....-Alicia colocó las dos tazas vacías de nuevo en la bandeja y se sentó en la cama.
-Lo que no puedo creer es que no recuerdes nada de anoche, de lo... nuestro- El apuesto rostro de Fiorenzo enrojeció ligeramente.
-Pues no, y es una pena... ¿Cómo voy a cabrear a mi padre de verdad si ni siquiera sé bien lo que pasó?
Tras casi un minuto de silencio, Fiorenzo esbozó una sonrisa que era de todo menos inocente y clavó sus ojos de miel en los de Alicia.
-Te propongo un trato... Te recuerdo ahora mismo lo que hicimos anoche y te llevo a tu hotel si me prometes...
-Si te prometo ¿Qué?
-Cenar conmigo esta noche. Y tomar un helado después. Ninguna es negociable. Lo tomas o lo dejas, Alicia Macchiarolli.
-Trato más que aceptado, Fiorenzo Cadicamo.
-¿Ves lo fácil que es hacer negocios?
-Cuantísma razón... ¿Por qué nuestros padres se llevarán tan mal?
Fiorenzo soltó una carcajada, se quitó las gafas, y dejándolas sobre las mesilla, junto a las joyas de Alicia, volvió a quemarla con sus besos mientras se tumbaban en la cama.
Alicia no pudo evitar sonreír, pensando en lo divertida y agradable que podía llegar a ser la fusión empresarial.